Hay una antigua leyenda italiana que cuenta que en tiempo remoto la vid de esas tierras no producía ningún fruto, convirtiéndose en una planta inútil, completamente estéril. Es por ello que un día, un campesino decidió arrancar las vides del campo al no obtener beneficio alguno de ellas. Cortó todas y cada una de sus ramas, convirtiendo sus viñas en troncos huérfanos, en muñones sin vida. La vid, al verse completamente desnuda comenzó a lamentarse con un sollozo desgarrador sin que salieran lágrimas de ella. Entre lamentos la vid intuía su horrible final, sin que ningún ser de la naturaleza la escuchara ni prestara atención, pues todos estaban atentos a la melodía hermosa que al oscurecer provenía del canto de un pajarillo, de un ruiseñor. Observando al ruiseñor, la vid pensó que si el hermoso pájaro la ayudara a llorar sus hojas volverían a crecer, por lo que llamó la atención del pequeño pajarillo suplicándole y pidiendo su ayuda.
El ruiseñor, de corazón tierno e ingenuo como el de los poetas, aceptó y se posó sobre la vid, clavando sus finas uñas en su corteza a la vez que desgranaba su canto. Con su dulce melodía dejó a la naturaleza en silencio haciendo que hasta las estrellas llorasen, y sorprendentemente la vid comenzó a crecer con renovadas fuerzas, con más brazos, más hojas y más planta. Cuando un día el pajarillo revoloteaba cantando, la traicionera vid lo atrapó entre una de sus ramas sin dejarle marchar hasta que murió junto a ella atado. Las estrellas, mudos testigos de lo acontecido, convirtieron por conmiseración al pequeño ruiseñor en un fruto: un fruto que embelesaría a todo aquel que lo probara. Las estrellas convirtieron al pájaro en uva.
¡Qué bonita! No os parece
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